Treinta y ocho mujeres han sido asesinadas en lo que llevamos de año a manos de sus parejas o ex-parejas. Desde que en 2013, y no antes, se incluyen en la estadística oficial de Violencia de Género los asesinatos de menores por parte de quienes infringen
violencia continuada sobre las madres, alcanzamos la espeluznante cifra de veintinueve, siendo este último Ismael, de dieciséis años, turolense, más concretamente de la localidad de Andorra, un municipio de siete mil seiscientos habitantes que no podrá olvidar la tragedia. La madre de Ismael continúa en estado grave y su padre acabó con su vida lanzándose por la ventana. Cómo asumir un hecho tan inhumano, una gestión de la convivencia basada en el miedo y en la violencia desmedida.
Como sociedad generamos supuestos. Supuestos cómodos. Presuponemos que los padres y madres quieren y protegen a sus hijas e hijos porque así tiene que ser, porque la lógica, el sentido común y el afecto deberían mover el mundo. Ojalá.
Algo ocurre cuándo los feminicidios se suceden semana tras semana y sólo somoscapaces de guardar minutos de silencio tras leer la noticia, noticia que se trata como hecho aislado en la que se prejuzga destacándose como relevante (cuando se ha demostrado que no lo es) que la víctima contase, o no, con orden de alejamiento o que existiesen denuncias previas.
Para Juana Gallego, profesora universitaria de periodismo en Barcelona, los asesinatos son atentados contra la libertad de las mujeres. El relato histórico del maltrato se viene sucediendo desde siempre, sólo que ahora las mujeres ya no están dispuestas a someterse, lo que nos ha conducido a un proceso de mayor discusión y visibilización del problema, proceso en el que los movimientos feministas han jugado un papel importante en la re-consideración de la violencia contra las mujeres. El fenómeno ha trascendido el ámbito privado para pisar la calle y convertirse en responsabilidad colectiva. Hay que generar discurso, posicionarse, actuar. Ya no se puede mirar hacia otro lado. Para Miguel Lorente, Médico Forense y Experto Universitario en Violencia de Género hay que empezar a educar en edades precoces para defender la igualdad como valor. Si no actuamos sobre los patrones culturales heredados, la violencia se perpetúa con facilidad. Propone que se incentive el conocimiento crítico para que la conciencia social contra el maltrato pueda prolongarse en el tiempo.
Consideramos que la Educación es la clave. Porque ninguna familia es igual a otra ni tiene por qué serlo. En la diversidad está la riqueza. Pero una adecuada gestión emocional nos iguala, nos permite herramientas para la mejora de la autoestima y la calidad de vida, nos hace libres.
Las Educadoras y Educadores Sociales, como colectivo profesional que se enfrenta día a día a estos luctuosos sucesos y a sus trágicas consecuencias, tenemos y sentimos la obligación de alertar a la ciudadanía y a los responsables políticos de que las soluciones sólo pueden venir de profundos cambios en la consideración cultural y social de la mujer y la infancia. La prevención debe iniciarse en la escuela, desde la más tierna infancia, favoreciendo los valores de respeto e igualdad, pero también debe ampliarse a la educación familiar, a la educación afectivo sexual, a la gestión de las emociones, a la resolución pacífica de los conflictos y a la mediación familiar. Todo esto requiere recursos y decisión para crearlos, formación y especialización de profesionales y agentes sociales, además del imprescindible apoyo a las víctimas, ya sean mujeres o sus hijas o hijos, que son las personas más indefensas y que, como en este caso, pagan con sus vidas. No podemos permanecer impasibles y seguir asistiendo a este goteo permanente de víctimas.
Nuestro Colegio Profesional quiere acompañar en su dolor a esta familia, pero también a todo su pueblo, que ha perdido a un amigo, un alumno, un compañero y un vecino que tenía todo el futuro por delante.
Junta de Gobierno del CEES-Aragón
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